Arrabal, el gran masturbador

  • Autor: Fernando Arrabal.
  • Dirección y escenografía: Juan Carlos Pérez de la Fuente.
  • Intérpretes: Antonio Valero, Roger Coma.
  • Voces en «off»: Irina Kouberskaya y Julieta Cardinali. Con la colaboración de la Real Escolanía de San Lorenzo de El Escorial. Iluminación: José Manuel Guerra. Vestuario: Almudena Rodríguez. Vídeo: Emilio Valenzuela. Naves del Español-Matadero. Madrid, 13-II-2014.

 

Miguel Ayanz (La razon),

Roger Coma (izda.), como Dalí, y Antonio Valero, como Picasso

Imposible seguir el trazado de la mente en ebullición, como una olla, de Fernando Arrabal, y el laberinto de sus símbolos. Convertido en Barrabal, demonio fáunico y fálico que hace de las heces arte, el Dios Pan de los escenarios españoles despliega una vez más en su más reciente texto, «Dalí versus Picasso» (2013), el abanico de sus fijaciones, multiplicadas exponencialmente en una gran masturbación que es suma de su obra. Arrabal parece tomarse a sí mismo tan a broma en esta gamberrada autorreferencial con esencias de «Baal Babilonia» o de «El arquitecto y el emperador de Asiria», como a la ucronía que propone, una hipótesis ficticia en torno a la creación del «Guernica» a partir del primer encuentro real que mantuvieron en París en 1937 el por aquel entonces célebre y conservador Picasso y el joven y revolucionario Dalí. Arrabal, claro, hace trampas: juega con lo que hoy sabemos de ellos –sus respectivas derivas hacia el comunismo y el franquismo– y no esconde su afinidad artístico-filosófica: el surrealista catalán le es más caro al autor pánico que el malagueño, al que dibuja como pesetero y simplón. Con todo, este choque de trenes es un diálogo demencial, arrollador y divertido en su superficie, e interesante y documentado en su fondo: en él hierven, como judías dalinianas, la historia de Europa, la de las vanguardias y, claro, el drama de la Guerra Civil. Cada línea es una jaculatoria, cada respuesta una frase para enmarcar. Este material explosivo es el que maneja con precisión Juan Carlos Pérez de la Fuente, experto arrabalista que sabe buscarle a cada texto su esencia. Esto no es el drama confesional de «Carta de amor», sino una carcajada provocativa con emasculación final y necesitaba de una puesta en escena trepidante. Por eso, para un texto excesivo, con profusión sexual de melocotones y pomelos, el director plantea un montaje excesivo: hay una escolanía completa en el arranque que tararea el himno de Riego y el nacional, grandes bastidores como escenografía y proyecciones paganas y escatológicas. Parte de ello ya está en el texto, como el ritual final, tan del autor y tan del director. Aunque ayer, en el estreno, Arrabal bromeara parafraseando al de Figueras al decir «Picasso y Dalí no eran dramaturgos; yo tampoco», en realidad sí lo es, uno enorme. Y no ya por su dominio del léxico, sino por su visión de la arquitectura escénica. Con eso y un par de actores dispuestos a hacer el payaso lo que haga falta y más, todo es posible. ¡Qué partida más desaforada para Roger Coma y Antonio Valero, exactos, raudos y espléndidos en sus respectivos Dalí y Picasso! Interpretar a locos y excéntricos es más fácil, cierto. Pero también peligroso, y ninguno cede a lo acomodaticio, sino que se lanzan al corazón de la locura de este lienzo arrabalesco pintado a brochazos perfectos.