…j’ai la joie et l’honneur de vous annoncer l’essentielle exposition d’échecs qui sera inaugurée le 4 Haha de l’an 146 de l’Ère ‘Pataphysique (10-X-2018,v )  à la BNE (Bibliothèque Nationale Espagnole)

…dirigée par Eduardo Scala.

… vous êtes le seul auteur vivant et exceptionnellement échéphile de race

…vous clôturerez « la muestra » avec  « Crónicas de Ajedrez » (« Échecs et mythe »)

… livre qui s’ouvre sur  vos excellentes pages borgésiennes

… dans l’exposition, parmi d’autres grands auteurs, vous serez accompagné par Santa Teresa de Jesús, Sebastián de Covarrubias Orozco, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Baltasar Gracián, Ramón y Cajal et Miguel de Unamuno.

***

 

…tengo el gozo y el honor de anunciarle la esencial exposición de AjedreZ  que se inaugurará el 4 Haha del año 146 de  la Era  ‘Patafísica  (10-X-2018,v )  en la BNE (Biblioteca Nacional Española)

…dirigida por Eduardo Scala.

… usted es el único autor vivo y excepcionalmente ajedrecista de raza

…cierra la muestra con   « Crónicas de Ajedrez » (« Échecs et mythe »)

… libro  abierto por la excelente página borgiana

… en la exposición , entre otros grandes autores, le acompañarán:  Santa Teresa de Jesús, Sebastián de Covarrubias Orozco, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Baltasar Gracián, Ramón y Cajal y Miguel de Unamuno.

***

À partir du 2 décembre 1978 Fernando Arrabal a écrit toutes les semaines , pendant 31 ans la chronique d’échecs de l’hebdomadaire  l’Express.

 

À partir du 26 novembre 1994  Fernando Arrabal a écrit toutes les semaines , pendant 14  ans sa chronique  « arrabalesques » du journal le Monde  de Madrid (consacré en grande partie aux échecs).

 

A partir del 2 de diciembre de 1978 Fernando Arrabal ha escrito todas las semanas , durante 31 años , la crónica de ajedrez del semanario l’Express de París.

 

A partir del 26 de noviembre de 1994  Fernando Arrabal ha escrito todas las semanas , durante catorce años, su crónica « arrabalescos » en el diario « El Mundo » de Madrid , consagrada en gran parte al ajedrez.

***

« La segunda muerte de mi padre »   (Cuento inédito y apócrifo de Jorge Luis Borges)   escrito por Fernando Arrabal.

 

Mi primer recuerdo del escritor africano Fernando Arrabal es muy perspicuo. Lo encuentro en un atardecer del año 63 en un hotel de la calle Sébastien-Bottin de París. Me parece entrever tras él el fondo ilusorio de los espejos de un salón. Recuerdo (pero yo no tengo el derecho a pronunciar este verbo sagrado; sólo Ireneo Funes lo tuvo, pero ha muerto) claramente su voz infantil, pausada, sin los silbidos italianos de ahora ni las brusquedades castellanas. Hablamos de Funes el memorioso y me dijo lentamente en mi idioma:

 

– Y a propósito de memoria en su cuento Pierre Menard, autor de El Quijote usted cita como pieza de la obra visible de este escritor « un artículo técnico sobre la posibilidad de enriquecer el ajedrez eliminando uno de los peones de torre. Menard propone, recomienda, discute y acaba por rechazar esa innovación ». Imaginemos la partida sin el peón A (o H) de cada uno de los contendientes. La primera jugada sería: 1. TX Tá8. Y la segunda: las negras abandonan. ¿Qué ha querido decir? ¿Es un enigma o un error provocado por su memoria? Recordé en el acto que con Bioy Casares, en 1935 habíamos pensado escribir una novela en primera persona cuyo narrador incurriera en contradicciones que permitirían a un reducidísimo número de lectores la adivinación de una realidad atroz o banal.

Iba a responderle cuando apareció el poeta francés Luc Hourcade, que estaba sometido a la menos perspicaz de las pasiones con el patriotismo: el fervor por los clásicos. Nos fue imposible hablar de Menard mientras escuchábamos perversamente repetidas sus diferentes versiones en alejandrino del soneto Varia memoria que en mil olvidos.

Años después, en abril de 1985, Fernando Arrabal y yo nos encontramos de nuevo, esta vez en Tokio. En cuanto supe que estaba frente a mí quise responder a la pregunta que me había formulado 22 años antes.

Le dije que Pierre Menard fue el primer cuento que escribí. El hecho sucedió poco después de que mi padre muriera. A su muerte comprendí que, como Jorge Luis Borges, era dios, era alquimista, era filósofo, era conquistador, era calendario, era mundo… lo cual era una fatigosa manera de decir que no era. Como no conocía un placer más complejo que el pensamiento ni una aventura más apasionante que la de recorrer los meandros de la memoria, a ellos me entregué.

-Pero. ¿por qué escribió precisamente Pierre Menard?

-Pensé que si imaginamos un plazo infinito, con infinitas variaciones, circunstancias y modificaciones, lo imposible es que no se hubiera escrito por lo menos una vez Las memorias de ultratumba. ¿Por qué no Pierre Menard?

-¿Su padre era escritor?

-Era sobre todo un excelente ajedrecista que me enseñó a jugar al ajedrez.

Los ciegos, aunque no podemos ver los rostros, escrutamos con tino la respiración y las pausas y hasta sorprendemos el inefable interés que puede despertar una palabra o un soplo. Fernando Arrabal quizás imaginaba que una vez muerto mi maestro de ajedrez (que era accesoriamente mi padre) yo ya podía profanar los tableros, entrar a caballo en las bibliotecas ajedrecísticas y quemar los libros magistrales, temeroso de que las letras encubrieran alabanzas al dios del ajedrez, que es un castillo de ébano.

Le dije que mi padre me había detallado ciertos misterios de la memoria y se había servido de un tablero de ajedrez para explicarme el enigma de Zenón,también llamado la paradoja de Aquiles y la tortuga que permite negar la realidad de la velocidad a causa del punto intermedio.

Mi interlocutor, pensando quizás que la historia es un círculo con bordes de piel de tigre y que nada es que no haya sido ni será, dio por buena mi explicación. A partir de ese instante, nuestra conversación, como un laberinto que se enredaba y desataba infinitamente, bifurcó en varias direcciones, a pesar de que ambos queríamos terminar nuestra conversación sobre la partida heterodoxa de Menard.

He sabido que dos días después, mientras Fernando Arrabal atravesaba el Polo Norte de regreso a París, había sentido esa recelosa claridad de la lucidez que irracionalmente también experimenté cuando sobrevolé aquel lugar artificial como un punto cero de la memoria. Pensó en nuestra conversación. Sólo entonces advirtió que no comprendía cuál pudo haber sido el razonamiento, de mi padre para explicar el enigma.

Mi testimonio de la explicación de mi padre, como se lo conté a Fernando Arrabal, fue acaso breve y sin duda pobre, pero no imparcial. Pero… ya no lo puedo contar con sus pormenores esenciales, pues ha desaparecido de mi memoria tras aquella última narración.

Miguel Najdorf` jugó 40 partidas de ajedrez sin ver en una simultánea celebrada en 1942 en Sao Paulo. Ciro, rey de los persas, sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos. Nitrídates Eupator administraba la justicia en 22 idiomas. Pero sólo Ireneo Funes tuvo una memoria infalible que le dejaba vislumbrar un mundo vertiginoso y banal.

A menudo pensé que la memoria ejerce una tarea interminable e inútil. Al comprobar que había olvidado 50 años después el razonamiento de mi padre, sentí, como me dijo Funes, que el recuerdo es una sensación minuciosa y viva como el goce físico o el tormento. Si pensar es olvidar diferencias y abstraer o generalizar, este insignificante olvido se reveló como la segunda muerte de mi padre.

***

El triunfo

(Cuento inédito y apócrifo de Jorge Luis Borges escrito por  Fernando Arrabal en  junio de 1987)

           En el colegio Calvino de Ginebra, donde estudié el bachillerato, comprendí que los fanatismos que más debemos temer son aquellos que pueden confundirse con la tolerancia. Durante aquellos cuatro años en los cuales viví a la luz de la hoguera que quemó vivo al médico Miguel Servet en 1553 sentí un aborrecimiento por Calvino, el verdugo, tan irracional como la pasión que concebí por su víctima, Servet. Setenta años después, pero aún con estelas de aquella dicotomía de adolescente en mi mente, conocí a la investigadora del Instituto, Francisca Barrado. Tenía escasamente 35 años; era flaca, pálida, indiferente, trémula y disciplinada. No se daba con nadie; pensaba que la Historia había seguido un proceso esencialmente fútil y que el mundo era un reflejo lateral y perdido de la célula que examinaba en su microscopio.

Lucas Montaña era un triste compadrito desembarcado en el Instituto en 1960 sin más virtud que la infatuación de su arribismo. Nadie sin embargo le acusó nunca de soberbia ni de misantropía, y menos aún de locura, cuando, fiel a su maniaca voluntad de prosperar, le vieron en 20 años pasar de recadero a director, Que este advenedizo internado en los laberintos de la administración pudiera recibir el Premio Nobel parecía de antemano imposible. Toda su vida fue un fraude. No fue ni un traidor ni un parásito, sino un funcionario que sin haber pegado nunca su ojo a la lente de un microscopio se convirtió en un falso experto en biología.

            Cuando se supo que había aparecido un virus que destruía las células necesarias a la inmunidad del organismo humano, todos los institutos del mundo trataron, en mil y una noches secretas, de localizar aquel escondido agente más mortífero que la navaja o el combate contra el tigre.

Lucas Montaña confió a Francisca Barrado la misión de hallar este virus. Intuyó en ella una indiferencia que parecía regida por el azar y que hacía de su investigación un insípido y laborioso juego en el cual el triunfo sólo sería una chispa surgida de un fuego fatuo.

La investigación biológica se hacía en un número indefinido y tal vez infinito de institutos diseminados por el mundo. Todos comunicaban entre sí por angostos sistemas de información concertados con una máquina cercada por una baranda en la cual se encontraba la memoria. Cada instituto disponía además de un horno que incineraba todos los desperdicios y que comunicaba con una alta chimenea, que algunos imaginaban tan solitaria en el paisaje como si les señalara el destino.

Hacía varios siglos el grupo de sabios y alquimistas (nombre con los cuales se conocía entonces a los investigadores) que formaban la Secta del Ardor afirmó que toda las formas de vida y de enfermedad se hallaban irremediablemente en las infinitas probetas que poblaban los laboratorios de los monasterios. Los sabios de la secta sabían que su trabajo era eterno y quizás atroz: pronto vieron que cuando encontraban la probeta capaz de combatir definitivamente una enfermedad, ésta era suplantada por otra peor. Previeron así el destino de la peste, el tifus, el cólera, la tuberculosis, el cáncer… Creían que Rueda Fortuna disponía de un laberinto de laberintos que abarcaba no sólo el presente y el pasado, sino el porvenirmmm,y7y7my. Aquellas creencias fueron olvidadas. No obstante, Lucas Montaña mandó quemar en el incinerador del Instituto todos los restos escritos de la secta por estimarlos pesimistas y disolventes.

Lucas Montaña administraba su Instituto sin buscar la verdad y ni siquiera la verosimilitud; sólo quería triunfar. Juzgaba que el éxito social era una rama de la ciencia ficción y que los investigadores encerrados en sus laboratorios como Francisca Barrado -con los que no tenía contacto apenas- buscaban infatigablemente sin saber que la Ciencia es la escritura que han creado los dioses menores para entenderse con los diablos.

Antes de que llegara al Instituto Francisca Barrado, unos investigadores inspirados por el surrealismo y Trotsky pero que paradójicamente se consideraban sucesores de la antigua Secta del Ardor afirmaron que el hombre había sido forjado por el azar y que todo cuerpo vivo, desde la célula del corazón hasta el bacilo de Koch, estaba formado por los mismos elementos (carbono, nitrógeno, oxígeno e hidrógeno) combinados infinitamente. También aseguraron que, desde el más microscópico virus hasta la célula humana, todo cuerpo disponía de su propia sabiduría. Esta sabiduría decían que estaba encerrada en un laberinto en forma de escalera de caracol. Escalera creada por infinitos peldaños cuya materia esta formada por cuatro únicas bases (A, T, C y G: ademina, tinina, citosina y guanina) perversamente repetidas. La singular manera con la cual cada ser vivo combinaba estas cuatro bases lo llamaron el código genético. Profesaron que no había dos códigos genéticos idénticos y arbitrariamente llamaron al conjunto gigantesco de todos los códigos genéticos conocidos el Repertorio.

La idea sorprendente de Francisca Barrado para hallar el virus responsable de la epidemia fue la de abandonar la investigación pura y la observación microscópica a fin de consultar el Repertorio. A Lucas Montaña, que se oponía a este método, Francisca le escribió que no había problema científico cuya elocuente solución no existiera en el Repertorio.

Abandonando su laboratorio de virología, Francisca Barrado, como una peregrina, salió a la búsqueda del código en el infinito Repertorio, sabiendo que el azar es más luminoso que la ciencia.

Fue en una noche iluminada por el resplandor de unos fuegos artificiales cuando Francisca Barrado descubrió el virus en las páginas VAL del Repertorio. Cuando Lucas Montaña se hubo asegurado que no había comunicado a nadie su descubrimiento, la estranguló y luego arrojó su cuerpo y sus notas (tras copiarlas) al incinerador del Instituto.

Un año después, un telegrama anunció a Lucas Montaña que había ganado el Premio Nobel por su descubrimiento del virus. Tuvo la impresión de que le anunciaban que era otro. Y que quizás Francisca Barrado era de algún modo él mismo. Pero a aquella desaforada esperanza sucedió una depresión excesiva que detuvo su corazón.

El final de esta historia ya sólo es referible en parábola, puesto que sucede en el paraíso. Cabe afirmar que Lucas Montaña conversó con Dios, pero Éste tampoco se interesa en la ciencia que le tomó por Francisca Barrado. De la misma manera, cuatro siglos antes, para la insondable divinidad, Calvino (1) y Servet (el inquisidor y su víctima) formaban un solo ser.

 

 

1 Hace 32 años que se ocultó  Jorge Luis Borges ; sus restos reposan en el cementerio Plain Palais, de Ginebra, junto a los de Calvino. Se eligió el lugar a causa de un árbol.