Fernando Arrabal  irradia su enorme personalidad.

Eduard Aguilar (Agenda Cultural).

Este   ciclo empieza con ambición, invitando a impartir una charla-coloquio, ni más ni menos que al representante de la gran generación de vanguardistas que remueva los conceptos estéticos de los siglos XX y XXI, el dramaturgo y escritor Fernando Arrabal (Melilla, 1932), con una reflexión sobre el arte  en la  actualidad.

Arrabal irradia su enorme personalidad. Muy erguido no acompaña hacia el exterior de su hotel, siguiendo las indicaciones de Pepe, nuestro fotógrafo, buscando la luz y las sombras para el mejor retrato. Arrabal, experimentador de todas las artess posibles, curioso, le comenta a Pepe que todos los días intenta subir alguna foto a su cuenta de Instagram. Fotos que Pepe reconoce admirar. El comentario de Arrabal no tiene al más mínimo desliz de vanidad, es pura curiosidad de compartir experiencia con un “compañero fotógrafo”.

Al igual que una vez sentados en el hall del hotel, acompañados de sus amigos Póllux Hernúñez Juan Carlos Valera. No hay fatuidad alguna en Arrabal. Es sincero cuando reconoce que está haciendo una excepción en esta viaje, que hace tiempo que no concede entrevistas, porque lo que tiene que decir ya lo hace en los posts de sus redes sociales. Ante un intento de elogio como introducción a la conversación, “es usted el último de los grandes genios del siglo veinte…”, interrumpe con una andanada de humildad :  “no, no, yo he tenido muy buena suerte, he tenido muy buenos profesores toda mi vida. He tenido la suerte de estar rodeado de gente como Andy Warhol o como los presentes, Póllux, Juan Carlos, Luce, mi mujer, o como Samuel Beckett, André Breton o Tristan Tzara, gente que estaba al alcance de mis conocimientos porque la monja que me enseñó, me preparó para no estar demasiado deslucido en el grupo surrealista, o en Nueva York, con Warhol. Gente que me ha dado tanto que podría estar agradeciéndoselo eternamente”.

Warhol, Beckett, Breton, Tzara… ninguno de ellos ha traspasado la última gran frontera, el advenimiento de internet y la conexión total. Arrabal, sin embargo, en solo unos minutos, ya ha hecho mención a algunas redes sociales, a los nuevos medios técnicos. “Sí, estos nombre no pudieron atravesar esta frontera. Por ejemplo, yo lamento que Picasso no pudiera tener acceso a Twitter, qué cosas no podría haber hecho con él. Yo, sin embargo, he sido expulsado de la red social más célebre. He recibido una carta desde Suiza, diciéndome que no podía seguir utilizando Facebook, porque era malo para los niños pequeños (‘eso es por lo del cuadro del pene que colgaste’, interviene Póllux, lingüista, dramaturgo, antiguo responsable de la calidad de las traducciones al español de la Comisión Europea). Amigos que utilizan mi nombre en la red, que lo hacen con cierto cariño, tienen derecho a estar en Facebook con mi nombre, pero no yo, estoy bloqueado cada vez que intento entrar”. Pues que no hubiera pasado con Picasso, o cualquiera de sus coetáneos.  “Yo pienso que Andy Warhol habría estado muy interesado, o no lo habría estado en absoluto, quién sabe. No tenemos ninguna referencia de ninguno de ellos, porque ninguno llegó a tener contacto con internet”.

Sin embargo, Arrabal ha estado interesado en las posibilidades de internet desde el primer momento. “Mi idea es que la imaginación es el arte de combinar los recuerdos. Para mi primera exposición que hice en París, lo hice de esta manera, mezclando recuerdos para comnponer cuadros. En aquel momento ya estaba muy interesado en lo que era internet. En Francia teníamos una cosa que se llamaba Legionario, una especie de teclado que funcionaba muy mal y teníamos que pegarle para que fuera, por eso lo llamábamos el Legionario. Es que antes de que surgiera internet como lo conocemos ahora, en Francia inventaron una cosa que se llamaba Minitel, una cosa grande y aparatosa (Minitel es un servicio de videotex accesible a través del teléfono y es considerado uno de los más exitosos predecesores de la World Wide Web, Wikipedia dixit). Cuando viajábamos a Nueva York, por ejemplo, explicábamos que en Francia teníamos un aparato en el que hacíamos así (hace el gesto de teclear y dar a intro) y sabemos a qué hora sale un tren. ¡No es posible!, nos respondían. Y sí, vaya si era posible. En ese momento yo estaba en la primera fila de combate, ahora estoy en la última. Cuando tengo una gran dificultad, consulto a mi nieto, que tiene 11 años”.

Esta curiosidad absoluta, esta necesidad de conocer, experimentar, crear con las herramientas contemporáneas, choca con la tecnofobia que empieza a ser un movimiento entre los creadores actuales. “Creo que algunas de esas personas no son escritores, pintores, artistas, se nombra como tales, pero no es cierto. Se dijo, en su momento, que los escritores no querían la hispano-olivetti (máquina de escribir comercializada por la filial española de la marca italiana Olivetti,  instalada en Barcelona, durante los años 40 del siglo XX) porque era demasiado moderna, pero no es cierto, los de nuestra generación utilizamos la hispano-olivetti, y en la actualidad, obviamente, nada más que podemos utilizar internet.

 

Recuerdo que la prensa española, en el año 42, o 46, no recuerdo bien, hizo un titular que decía algo así como ‘Pío Baroja: a mi mesa no llegará la coca-cola’. Baroja se había exiliado, harto de la España franquista, pero al cabo de un año tampoco no soportaba vivir en el extranjero y volvió. Nosotros, en el año 42, ¡nos preguntamos qué será eso de la coca-cola! Esto es lo que se piensa que los intelectuales pensamos y decimos, que abominamos de la modernidad, pero no es así. Hay una especie de culto a la verdad que impone internet que nos gusta a todos. Antes, cualquiera podía decir ‘soy el mejor poeta, o el mejor dramaturgo italiano’, pero ahora se puede comprobar. ‘Gané tal premio’, pues bien, vamos a comprobar si es cierto”.

El teatro siempre está, cuando el resto de artes desaparecen, se minimizan. En medio de un erial cultural, siempre hay una chispa escénica, dramatúrgica, que mantiene el rescoldo. “Discúlpeme si contradigo esa idea extendida de erial cultural. Yo en España solo he vivido apenas 20 años, pero aquí he conocido a los mejores maestros imaginables e inimaginables. Y luego, en el exilio, he conocido españoles ni imaginables, ni inimaginables. Cuando digo que yo no me he encontrado mal con los surrealistas en París, o con Warhol en Nueva York, es gracias a esa monja que citaba antes, que nunca supo quien era Dalí, pero me preparó para todo eso. Y después también mis amigos del Ateneo, durante los veinte años que estuve aquí. Eso me hizo estar preparado para todo, incluso para Tristan Tzara y su  manera de jugar al ajedrez, a pesar de que quería ganar siempre . Estamos creyendo que estamos viviendo un momento tremendamente malo de la literatura, de las artes, pero eso mismo pensaba Platón. En un diálogo en el que cuenta que los poetas y los filósofos del Ágora dicen “tenemos los mejores teatros en piedra del mundo y los mejores dramaturgos, y la gente prefiere los Juegos Olímpicos”. ¡Él y sus colegas filósofos piensan que están viviendo en un infierno cultural! Entonces, un sacerdote egipcio que pasa por allí y los escucha hablar en estos términos, les espeta: ‘ustedes, poetas, son como niños’. Siglos más tarde, Quevedo, del cual se pueden discutir muchas cosas, pero no que fuera una inteligencia pura, de las más aguzadas de su época, dice ‘miré los muros de la patria mía’, queriendo decir que todo es un desastre, ¡y está conviviendo con Góngora, con Lope de Vega, con Cervantes!. Yo no sé cual es la situación actualmente, pero a nosotros nos tratan muy bien, ¡como si fuéramos algo importante!”.

La duda permanente atenaza el discurso de Arrabal, cuando piensas que se ha abismado más allá de la pregunta, en realidad se encuentra al fondo de la mina, buscando la veta que lo llevará hasta la respuesta. “Por ejemplo, la patafísica, el único de los cuatro avatares de la modernidad que permanece, yo cada vez que la nombro, parece que lo único que cosecho son risas, pero es algo muy serio, es el todo, un todo que provocó que sus creadores acabaran muriendo de hambre. Es el caso de Marcel Duchamp, que las últimas veces que lo visité en Nueva York, lo veia dando clases de francés a francesas, en hoteluchos de mala muerte. André Breton, en un momento dado, se dirige a Luce Arrabal, que es catedrática en la Sorbona, y en tanto que eso tiene un criterio de autoridad más grande que el mío a la hora de difundir la noticia que va a darle, que es que ese año ha ganado al equivalente de 600 francos por su literatura. Quiere divulgar que el documento  de Gallimard, su editor, en que le dice que en su último año de vida, ya que morirá en unos meses, el total de los derechos de autor devengado, son 600 francos”.

Y si la queja permanente del mundo de la cultura se mantiene invariable a lo largo de los tiempos, lo que sorprende a Arrabal, lo que para él es un sobrevenido que no espera, es que al igual que él fue condenado en los años 60 por la justicia franquista, en una acusación de blasfemia, en el momento actual, la justicia  acaba de procesar o condenar, según el caso, a un actor por blasfemia. “Es cierto que el antiguo régimen nos hacía el único honor que podía hacernos, meternos en la cárcel”.