A medio camino entre la farsa y el absurdo, una de las primeras obras escritas por el dramaturgo y cineasta Fernando Arrabal, titulada El triciclo, que narra la historia de un puñado de marginales, asfixiados por un sistema incomprensible para ellos, que encuentran la solución a sus problemas de la manera más ingenua, pero con el peor de los resultados. Climando, un ingenuo callejero y Apal, un vagabundo que duerme 18 horas al día, deben conseguir dinero para pagar la cuota de un triciclo alquilado, con el cual se ganan la vida paseando niños en el parque. Mientras que Apal prefiere la seguridad que le ofrece un subibaja, convertido en su provisional catre, Climando conversa con el Viejo del saxo , un anciano que gusta de acariciarle la cabeza a los niños para después robarle sus galletas, y con Mita, una jovencita suicida. La aparición de un hombre de abultada billetera, que observa constantemente a Mita, se convierte en la única solución posible: Apal y Climando deciden matarlo para quedarse con el dinero, utilizando a Mita como carnada.
Acaso la anécdota no sea en realidad lo más trascendente del montaje; es la manera cómo se comportan estos surrealistas personajes dentro de su entorno. Al final, el círculo vicioso de la miseria continúa, al ser apresados los asesinos, pero con el triciclo aún en movimiento, ahora con Mita y el Viejo como sus nuevos conductores.
Arrabal, deudor de Lewis Carroll consigue al igual que en Fando y Lis, un crudo retrato de personajes errantes y marginales dentro de una sociedad alienante, con textos que son disparates per se. Los personajes juegan con el lenguaje, con una lógica tan infantil como poética. La muerte aparece retratada de la manera más ingenua posible: el cielo le servirá a Climando para estar siempre al lado de burritos y niños; el infierno, para calentar su cuerpo; el suicidio (para Mita) o el asesinato (para Apal) serán las soluciones lógicas y carentes de malicia, para acabar con sus problemas. La autoridad también es retratada con el mismo tono burlón, o tal vez con mayor intensidad: el bacín en la cabeza, el matamoscas como arma y el lenguaje ininteligible del Guardia, lo convierten en el ser más disparatado del conjunto, en clara crítica del autor hacia la autoridad.