Pic-Nic de Fernando Arrabal

Cuando tenía trece años, en 1945, empezó a escribir Pic-Nic, obra que dará por concluida hacia 1957 y que será una de sus creaciones más representadas y aplaudidas. Desde el principio de la obra, que ofrecemos a continuación, ya puede observarse cómo este tipo de teatro nada tiene que ver con las fórmulas dramáticas del teatro comercial de su tiempo, pero tampoco con las propuesta realistas del teatro de testimonio social.
En la escena, ambientada en el campo de batalla, junto a una alambrada y sacos terreros, en plena refriega, oímos las palabras del soldado Zapo que se queja ante su capitán de la soledad en la que está (“Capitán, me encuentro muy solo. No podría enviarme un compañero?…”) y, a continuación, de una manera completamente verosímil, surge lo inverosímil: “Aunque sea la cabra”. En adelante los elementos inverosímiles (en los diálogos, en las situaciones,…) se presentarán con total verosimilitud en la obra: a continuación llegarán los padres del soldado para pasar junto a él un día de campo y posteriormente se unirá a la comida campestre un soldado enemigo. Ni rastro de estética realista, ahora todo vuelve a estar impregando del aire vanguardista que será ya dominante en el teatro innovador de los años sesenta.

La obra aborda de una manera nueva (en cuanto a lenguaje, situaciones, intención,…) los temas del absurdo de la guerra, el enfrentamiento de los individuos con un sistema que los ahoga, la degradación de las relaciones familiares y la imposición de la realidad de forma trágica en la danza de la muerte final.

Extracto de la obra

(La batalla hace furor. Se oyen tiros, bombazos, ráfagas de ametralladora. ZAPO, solo en escena, está acurrucado entre los sacos. Tiene mucho miedo. Cesa el combate. Silencio. ZAPO saca de una cesta de tela una madeja de lana y unas agujas. Se pone a hacer un jersey que ya tiene bastante avanzado. Suena el timbre del teléfono de campaña que ZAPO tiene a su lado.)

ZAPO.–Diga… Diga… A sus órdenes mi capitán… En efecto, soy el centinela de la cota 47… Sin novedad, mi capitán… Perdone, mi capitán, ¿cuándo empieza otra vez la batalla?… Y las bombas, ¿cuándo las tiro?… ¿Pero, por fin, hacia dónde las tiro, hacia atrás o hacia adelante?… No se ponga usted así conmigo. No lo digo para molestarle… Capitán, me encuentro muy solo. ¿No podría enviarme un compañero?… Aunque sea la cabra… (El capitán le riñe.) A sus órdenes… A sus órdenes, mi capitán. (ZAPO cuelga el teléfono. Refunfuña.)

(Silencio. Entra en escena el matrimonio TEPÁN con cestas, como si viniera a pasar un día de campo. Se dirigen a su hijo, ZAPO, que, de espaldas y escondido entre los sacos, no ve lo que pasa.)

SR. TEPÁN.–(Ceremoniosamente.) Hijo, levántate y besa en la frente a tu madre. (ZAPO, aliviado y sorprendido, se levanta y besa en la frente a su madre con mucho respeto. Quiere hablar. Su padre lo interrumpe.) Y ahora, bésame a mí. (Lo besa en la frente.)

ZAPO.–Pero papaítos, ¿cómo os habéis atrevido a venir aquí con lo peligroso que es? Iros inmediatamente.

SR. TEPÁN.–¿Acaso quieres dar a tu padre una lección de guerras y peligros? Esto para mí es un pasatiempo. Cuántas veces, sin ir más lejos, me he bajado del Metro en marcha.

SRA. TEPÁN.–Hemos pensado que te aburrirías, por eso te hemos venido a ver. Tanta guerra te tiene que aburrir.

ZAPO.–Eso depende.

SR. TEPÁN.–Muy bien sé yo lo que pasa. Al principio la cosa de la novedad gusta. Eso de matar y de tirar bombas y de llevar casco que hace tan elegante, resulta agradable, pero terminará por fastidiarte. En mi tiempo hubiera pasado otra cosa. Las guerras eran mucho más variadas, tenían color. Y, sobre todo, había caballos, muchos caballos. Daba gusto: que el capitán decía: “al ataque”, ya estábamos allí todos con el caballo y el traje de color rojo. Eso era bonito. Y luego, unas galopadas con la espada en la mano y ya estábamos frente al enemigo, que también estaba a la altura de las circunstancias, con sus caballos –los caballos nunca faltaban, muchos caballos y muy gorditos– y sus botas de charol y sus trajes verdes.

SRA. TEPÁN.–No, no eran verdes los trajes del enemigo, eran azules. Lo recuerdo muy bien, eran azules.

SR. TEPÁN.–Te digo que eran verdes.

SRA. TEPÁN.–No, te repito que eran azules. Cuántas veces, de niñas, nos asomábamos al balcón para ver batallas y yo le decía al vecinito: “Te apuesto una chocolatina a que ganan los azules”. Y los azules eran nuestros enemigos.

SR. TEPÁN.–Bueno, para ti la perra gorda.

SRA. TEPÁN.–Yo siempre he sido muy aficionada a las batallas. Cuando niña, siempre decía que sería, de mayor, coronel de caballería. Mi mamá se opuso, ya conoces sus ideas anticuadas.

SR. TEPÁN.–Tu madre siempre tan burra.

ZAPO.–Perdonadme. Os tenéis que marchar. Está prohibido venir a la guerra si no se es soldado.

SR. TEPÁN.–A mí me importa un pito. Nosotros no venimos al frente para hacer la guerra. Sólo queremos pasar un día de campo contigo, aprovechando que es domingo

SRA. TEPÁN.–Precisamente he preparado una comida muy buena. He hecho una tortilla de patatas que tanto te gusta, unos bocadillos de jamón, vino tinto, ensalada y pasteles.

ZAPO.–Bueno, lo que queráis, pero si viene el capitán, yo diré que no sabía nada. Menudo se va a poner. Con lo que le molesta a él eso de que haya visitas en la guerra. Él nos repite siempre: “En la guerra, disciplina y bombas, pera nada de visitas”.

SR. TEPÁN.–No te preocupes, ya le diré yo un par de cosas a ese capitán.

ZAPO.–¿Y si comienza otra vez la batalla?


Porto Alegre Rio Grande Sul, (Brésil).
Pic-Nic de Fernando Arrabal

Raynara Armstrong directora del CIA de teatro Éramos 5