Las Cartas de Arrabal
Al general Franco – A los comunistas – A Fidel Castro –  A Stalin
Fernando Arrabal 

Colección: Literatura
Prólogo: Pollux Hernúñez
Páginas: 480
Formato: 13 x 20 rústica con sobrecubierta y cuadernillos cosidos
Precio: 22,95 €
ISBN-13: 978-84-15973-54-6

Desde que en vida del dictador Fernando Arrabal provocara una intensa polémica con su carta al general Franco, el genial escritor y el dramaturgo vivo más estrenado en el mundo no ha dejado de enviar correspodencia a diestro y siniestro, para ajustar cuentas y establecer el caos en el orden de las cosas. Pollux Hernúñez, amigo de Arrabal y gran conocedor de su obra, ha editado por primera vez todas las Cartas de Arrabal: Al general Franco, a los comunistas, A Fidel Castro y A Stalin. Esta última tal vez sea la más comprometida, entre otras cosas porque desvela la relación entre el líder soviético y la madre del campeón del mundo de ajedrez Bobby Fischer, uno de los héroes modernos de Arrabal. El libro se completa con una galería fotográfica del autor, donde aparece con amigos del entorno surrealista.

« Las Cartas de Arrabal »
Al general Franco – A los comunistas – A Fidel Castro – A Stalin
Fernando Arrabal
Colección: Literatura
Prólogo: Pollux Hernúñez
Páginas: 405
Formato: 13 x 20 rústica con sobrecubierta y cuadernillos cosidos
Precio: 22,95 €
ISBN-13: 978-84-15973-54-6o lector:

Co-prólogo

de Pollux  HERNÚÑEZ

(Edita REINO DE CORDELIA , Madrid)

12 de mayo de 2015

Estimado lector:

La recentísima y trágica muerte de Fernando Arrabal, cuando me disponía a sacar a la luz la recopilación de las cartas que dirigió a algunos de los personajes de cómic más renombrados del siglo XX, me ha decidido a apresurar su publicación con el fin de rendir pronto homenaje a tan irrepetible genio, aunque me vea obligado a sustituir la copiosa introducción que estaba preparando por esta breve carta-prólogo, o mejor dicho co-prólogo, como verás.

Es el caso que el Colegio de Patafísica de París, del que Arrabal fue Trascendente Sátrapa hasta su inesperada ocultación, me ha hecho llegar un texto que nuestro autor les había enviado para su publicación en el próximo número de la revista del Colegio, Viridis candela, y que, como podrás comprobar, viene aquí pintiparado. Se trata de la primera parte de una fantasía onírica titulada Divina tragicomedia en la que Arrabal imagina su propia muerte y su peregrinación hasta el Paraíso para reencontrarse con su padre tras recorrer, nuevo Dante, los nueve círculos del Infierno. De ella he entresacado unos párrafos que creo pueden contribuir a situarte en el contexto de lo que vas a leer, pues en su ruta de ultratumba tiene ocasión el autor de volver a ver a muchos de sus contemporáneos, entre ellos los destinatarios de sus cartas. Permíteme, no obstante, que, antes de pasar adelante, te diga cuatro cosas sobre estas cartas.

Como bien sabes, hay gente, aunque cada vez menos, que escribe cartas a amigos, parientes y bienhechores. ¿Y quién no ha escrito una carta a los Reyes Magos? También se escriben cartas a destinatarios no conocidos en persona o incluso a difuntos: en los años ochenta había en París una mitómana que escribía al papa, al presidente de Francia y al de Estados Unidos pidiéndoles favores, y Petrarca escribía a Cicerón y a Virgilio (en latín, claro). ¿Cómo imaginar que un hombre como Arrabal, comprometido siempre con la realidad circundante, aunque flotando muchos centímetros sobre ella, pudiera no sentirse impelido a señalar con el dedo? Es difícil saber si sus destinatarios leyeron esas cartas (Stalin fehacientemente no), pero sí se sabe que ninguno se tomó la molestia de contestar.

Sé, querido lector, que tu imagen de Arrabal es la de un niño con barba y jersey amarillo destrozando una nocturna tertulia televisiva merced a las virtudes psicotrópicas del milenarismo inútil (ojo: el de Milena, la traductora de Kafka), y me gustaría sugerirte que en el poliédrico Arrabal hay algo más que eso, como podrás descubrir en este epistolario.

Verás que Arrabal, hombre bajito, pequeño, un niño hasta su muerte, era intelectual y moralmente muchísimo más grande que aquellos sobrehumanos héroes a quienes dirigió sus misivas. Pues, contrariamente a ellos, fue un hombre radicalmente libre. Y, aunque inerme y menudo, se atrevió a decirles tierna, cándidamente, las cuatro verdades. C2C. Como el niño que señala la desnudez del emperador ante la muchedumbre de patéticos palmeros, Arrabal reveló en esas cartas el absurdo de unos personajes todopoderosos, pero en el fondo clamorosamente minusválidos. Lee, lee y ve la lucidez, la sabiduría, el saber, los sentimientos de un poeta profundamente humano.

Las cinco cartas que recoge este volumen son:

* Carta al General Franco

* Carta al rey de España

* Carta a los militantes comunistas españoles (sueño y mentira del eurocomunismo)

* «1984»: Carta a Fidel Castro

* Carta a Stalin

Por su carácter más personal no se incluyen las Cartas a Julius Baltazar, pintor amigo (una amplia selección apareció en la revista abril de Luxemburgo en 1992), la Carta a José María Aznar. Con copia a Felipe González (utópico programa político que nunca llegó a ser, publicada por Espasa en 1993), la Carta de amor (como un suplicio chino) dirigida a su madre, en realidad un monólogo dramático del que María Jesús Valdés hizo una interpretación memorable en 2002 (publicado por Ediciones del Innombrable ese mismo año), y las más breves Carta suicida de George Orwell (en la que se hace pasar por el gran autor inglés a punto de suicidarse), Carta a Valladares (el rebelde poeta cubano), Carta abierta a los ajedrecistas (sobre su pasión por el arte de los escaques), y Carta a los Reyes Magos (publicada por Rey Lear en 2012).

Además del género epistolar, Arrabal ha cultivado todos los demás, y señeramente el teatro: hace solo unas semanas, poco antes de su muerte, tuvo lugar en Madrid el estreno de su centésimo y último drama, Pingüinas, (un personalísimo homenaje a Cervantes, o mejor dicho a las mujeres de Cervantes), al que asistió alborozado. Pero también se ha expresado originalmente en el dibujo, la pintura y el cine. Su producción es vastísima y lo mejor de ella quedará como testimonio de un hombre que, manteniéndose siempre fiel a sí mismo, supo entenderlo todo. Se le recordará también como coprogenitor del Pánico, una filosofía del arte y de la vida misma que ve el principio y fundamento del ser en la fuerza creadora sin límite ni traba de ningún género. Dotado de una memoria prodigiosa y de una imaginación desbordante, pudo explicar convincentemente que el ser humano es solo memoria e imaginación.

Pero volvamos ya, paciente lector, al texto en el que Arrabal describía su visita al Infierno:

«Como me había pronosticado mi querido Michel [Houellebecq], mi muerte se revistió de suicidio, pero fue un pobre fanático quien, manipulado por hilos más sutiles que los que él movía, me envenenó […]

Para llegar a la cúspide del empíreo, donde encontraría al doctor Faustroll calculando la superficie de Dios, tenía que atravesar primero los nueve círculos del Infierno. A la entrada, en vez de Virgilio, me esperaba el profesor Leugenaar para guiarme. No lo conocía, pero se me acercó y me dijo que él a mí sí, que era nieto del autor del diccionario de latín que teníamos en los Escolapios […]

En el primer círculo había una muchedumbre de multicolores colibríes, mariposas y libélulas con cara de gente demacrada, compungida, desencantada, pero todavía con un mortecino brillo de esperanza en los ojos. Gente de buena voluntad que había creído en un ideal de justicia social, de libertad individual, de igualdad general, almas cándidas que habían sacrificado su vida y sus generosas ilusiones en nombre de una Humanidad definitivamente mejor. Y allí estaban todos, eternamente en el Limbo. Revoloteaban en manadas de una parte a otra y, sobre la musiquilla de la Internacional, aunque apagada y sin ritmo, canturreaban zumbando sin parar:

¡Bendita Guerra Civil,

bendita por siempre fuera,

si todos los que la hicisteis

hubierais ardido en ella!

Se me saltaron las lágrimas y, conmovido, el profesor me echó el brazo alrededor del cuello y me consoló […]

En el segundo círculo vi a Ganesha, lúbrico y gordísimo, a quien hacían cosquillas dos docenas de walkirias en cueros, juguetonas y cantarinas. Trataba de asirlas con las manos y la trompa, pero sus movimientos eran pesados y se le escapaban como agua. Me pregunté qué hacía allí y, como el profesor notara mi perplejidad, me explicó que no era el auténtico dios de la sabiduría y de la inteligencia, sino un impostor que había conseguido disfrazarse y llegar hasta allí llevado de la lujuria […]

En el cuarto círculo estaba el mismo Ganesha, pero descolorido y flaquísimo, sino por la trompa, fálica y pendulona, con la que trataba de protegerse de una granizada de monedas de euro falsas que le golpeaban y rebotaban, y volvían a caer sobre él y a rebotar, y a caer y rebotar indefinidamente […]

En el octavo círculo un imponente centauro, que según el profesor se llamaba Caco, arrojaba grandes bocanadas de humo perfumado sobre un joven barbado y apuesto a quien al mismo tiempo unos diablos rajaban de arriba abajo con espadas ardientes. Luego, tras pegar ambas mitades con una especie de alcohol milagroso, volvían a descuartizarlo. Gritaba él a cada tajo, y volvía a gritar y sufrir indeciblemente cuando el licor ardiente restañaba sus heridas, mientras estornudaba estrepitosamente por el humo embriagador. El profesor me indicó que me fijara en su arco de triunfo. Lo hice y descubrí que llevaba tatuada una M en un testículo, una H en el otro y una A en su erecto bálano, letras que, según el profesor significaban Me absoluet Historia […]

En el centro del Infierno, en lo más profundo del último círculo, entre llamaradas de hielo abrasador, amarradas sus patas peludas con descomunales cadenas, se hallaba una especie de gigantesco gorila bicéfalo mucho más grande que King-Kong. Las dos cabezas eran prácticamente iguales excepto por el bigote (como en los simpáticos Hernández y Fernández): el de la una era más bien fino y el de la otra estilo foca. Entre rugidos atronadores aquellas cabezas se lanzaban feroces dentelladas una a otra con sus potentes mandíbulas y, cuando hacían presa, se oía el horrísono crujir de huesos y el chisporrotear de sesos y sangre pegajosa. Pero allá donde una dentellada arrancaba un trozo de cráneo, surgía otro nuevo y, cual hígado de Prometeo, las cabezas seguían su eterna lucha, devorándose siempre y siempre recomponiéndose.

Los poderosos brazos de aquel bicho se agitaban como aspas de molino, mientras sus manos ensangrentadas asían como locas el robusto cuello de la cabeza opuesta o se arrancaban enormes matas de pelo. En la muñeca derecha llevaba el monstruo una pulsera de oro sobre la que el diligente orfebre había labrado unas flechitas entrecruzadas y un yuguito con cintas. Y en el bíceps izquierdo tenía marcado a fuego y con incrustaciones de diamantes, una especie de G cruzada con un martillo. El profesor no tuvo mucho que explicarme y continuamos […]

Tras el Satanás bicéfalo, que seguía devorándose, se abría el mundo del Purgatorio y por encima se intuía el resplandor del Paraíso, en cuya cumbre, sobre la superficie de Dios, sabía que me esperaba pacientemente mi padre, jovial, sereno, sonriente, amoroso […]».

Hasta aquí, lector amigo, lo que creo puede serte útil para adentrarte en las cartas de aquel genio, de aquel español de París que España y el mundo han perdido. Con Quevedo, con Goya, con Valle, con Buñuel se ha sentado Arrabal en la eternidad. Tan nuestro, tan necesario, tan quijote, tan libre como todos ellos.

Quizá ignores que, en sus últimos años, trató de legar a España todo lo que tenía en su casa parisina, un verdadero museo de arte y literatura: cientos de obras de los pintores de su siglo, incontables libros y manuscritos, objetos personales de un hombre que conoció y frecuentó a los intelectuales y artistas que marcaron el mundo de todas las vanguardias… Desgraciadamente, nadie «con responsabilidades de gobierno» mostró el mínimo interés. Cabe esperar que, ahora que está muerto, a alguno de esos zascandiles oficiales que ahora ves por ahí homenajeando su memoria, le dé por apuntarse el tanto de traer ese tesoro a España. Y no por Arrabal, sino por nosotros. Sea como sea, convendrás conmigo en que triste cosa es que, para que este país reconozca el talento, haya que morirse. Y envenenado.

Que disfrutes de la lectura.

Vale.

Pollux Hernúñez