Arrabal au Teatro Español de Madrid

“Dalí versus Picasso”, de Fernando Arrabal
Rafael Fuentes
Tras un largo silencio, Fernando Arrabal vuelve a los escenarios, situándose en el centro de la convulsa vida española del siglo XXI desde su atalaya parisina. Reviviendo a sus adorados y desmitificados Salvador Dalí y Pablo Picasso, nos advierte sobre el riesgo que pesa sobre nuestros hombros de resucitar el viejo cainismo español que hace décadas dábamos por liquidado.

Hasta hace pocas fechas, a Fernando Arrabal se le catalogaba como un dramaturgo del siglo XX, un genial autor ya confinado en la pasada centuria y estrechamente vinculado a una España trágica felizmente superada. El reciente estreno de “Dalí versus Picasso” nos lo devuelve repentinamente inserto en el siglo XXI, más depurado, igual de brillante, menos barroco, mucho más dueño de sí mismo y de la eficacia de ese teatro de la crueldad que parecía haber exprimido ya todas sus posibilidades y que, sin embargo, nos ofrece nuevas versiones inesperadas, desconocidos frutos sorprendentes que extraen de la mitología española otra luz alucinada con que inspeccionar la España de hoy. Una mitología hispana aparentemente laica y cercana en el tiempo, como son las figuras de los pintores Salvador Dalí y Pablo Picasso, aunque cargadas, en el fondo, de resonancias ancestrales y significados universales. Ambos movilizan masas, despiertan tanto una adoración fanática como desprecios viscerales, tocan fibras muy profundas de admiradores y detractores, adquieren proporciones legendarias más allá de cualquier racionalidad, aproximándose más al impulso propio de una devoción profana. Fernando Arrabal ha situado a estas dos leyendas seglares frente a frente en el escenario, en una confrontación que arranca en lo anecdótico y se eleva gradualmente hasta un choque mítico provisto de una fuerza portentosa. ¿Quién si no Arrabal podría orquestar la tremenda energía que se desprende de ese encuentro de alto voltaje, sin que ambas criaturas se abrasen o escapen a su control?

El litigio de Salvador Dalí con Pablo Picasso, en su estudio parisino, no se atiene a la lógica estricta de los acontecimientos biográficos, sino a una dinámica aún más auténtica que subyace al dato histórico. Como es sabido, fue una comisión de la II República, formada por los escritores Juan Larrea, Max Aub y José Bergamín, entre otros, la que solicitó a Picasso un lienzo para el pabellón español de la Exposición Internacional de París a favor del bando republicano durante la Guerra Civil, dando lugar al que sería su célebre “Guernica”. Arrabal decide ahora que sea Salvador Dalí quien se presente en el domicilio de Picasso para pedirle que trace un cuadro sobre la furiosa contienda fratricida que arrasa España, y trate de vencer la resistencia del pintor malagueño a abordar una obra artística de naturaleza política. Si la pieza de Arrabal trastoca los detalles históricos es porque se ajusta más al proceso a través del cual los pintores se van haciendo cargo del cainismo cerril de la guerra que se expande por la Península, viéndola desde los lejanos ojos de dos creadores hasta ese entonces más atentos a las vicisitudes de la distante bohemia de París. El corazón de Dalí ya ha sido tocado por la conmoción de la violencia delirante desatada en su país y la ha plasmado en su cuadro “Construcción blanda con judías hervidas (Premonición de la Guerra Civil)”, hoy en el Philadelphia Museum of Art de Estados Unidos. Dalí reivindica egocéntricamente haber sido el primero en intuir la tragedia colectiva pero al mismo tiempo siente la inaplazable necesidad de convencer a su colega más célebre, Picasso, de la urgencia de asumir esos sucesos dentro de su obra pictórica.

La presencia de Dalí no es caprichosa. Incierta históricamente, resulta radicalmente verídica en términos emocionales. Pablo Picasso, envuelto en el halago de la fama y el entorno erótico formado por su esposa Olga y sus amantes Marie-Thérèse y Dora Maar, rechaza con cajas destempladas involucrarse en un asunto tan sangriento, desautorizando, a su vez, al movimiento surrealista y en particular la pintura psicoanalítica, para él inaceptable, de Salvador Dalí. La discrepancia se hace mutua, la descalificación que uno realiza de la obra del otro se vuelve despiadada, pasando de la estética a la reprobación política y de ahí a exacerbadas invectivas contra sus recíprocas intenciones, cuya escalada desemboca en un virulento ritual tan delirante como el que enfrenta a sangre y fuego a los ejércitos que luchan en tierras españolas.

Para entender la naturaleza de ese singular cainismo entre dos personajes que se admiran profundamente y que, sin embargo, reproducen a pequeña escala el fratricidio a gran escala de su nación, habría que tener con claridad en mente “Construcción blanda con judías hervidas (Premonición de la Guerra Civil)” de Salvador Dalí. El director del montaje, Juan Carlos Pérez de la Fuente, se asegura de ello haciendo pasar una reproducción del lienzo por detrás de los dos egregios combatientes. Recordemos que la tela de Dalí presenta un monstruoso cuerpo humano donde las piernas y los brazos se encargan de autodesgarrarse. La cabeza que se alza hacia el cielo con una mueca del esfuerzo salvaje de autodestrucción, con las nervaturas del cuello en máxima tensión y una sonrisa de brutal empeño, dolor y satisfacción en sus labios, evoca el rostro de Francisco de Goya, así como figuras salidas de su pincel: “El coloso”, un ciclópeo símbolo de la guerra que provoca el espanto de los diminutos humanos que le ven traspasar montañas, y, sobre todo, “Saturno devorando a sus hijos”, una pintura negra goyesca compuesta en 1820 cuando el sangriento guerracivilismo entre el ejército liberal y el ejército absolutista de Fernando VII anuncia la cíclica devastación de las futuras guerras carlistas que asolarán España durante el siglo XIX. Las extremidades de “Construcción blanda con judías hervidas (Premonición de la Guerra Civil)”, de Dalí, que hacen girones al torturado cuerpo, dibujan el perfil de las fronteras de España, de modo que no exista duda sobre quién es ese formidable monstruo que se destroza a sí mismo.

Cada cierto tiempo, después de una etapa pacífica, la vida española vuelve a enervarse en una desenfrenada mutilación caníbal hasta caer exhausta en un nuevo sopor que será quebrado por la siguiente fiebre cainita. Salvador Dalí considera en su visita a Picasso que la última siesta pacífica ha tocado a su fin, y tal como anunciase Goya, acaba de despertarse la recurrente lucha visceral, con la reanudación de las recíprocas atrocidades y furiosas muertes como en un ritual que reproduce las conflagraciones anteriores. ¿Ese autodesgarro crónico formaba parte esencial de lo español? Dalí cree que sí e interpreta esta encarnizada batalla con la mirada científica que le proporciona el psicoanálisis de Freud, juzgándola como un acto de histeria narcisista que se deja arrastrar hacia una tortura autoaplicada. A Picasso, la pretendida actitud científica de Dalí le parece, en cambio, una superchería y reacciona con un pragmatismo casticista.

Fernando Arrabal construye ambas posturas a partir del estilo verbal con el que hablan sus dos protagonistas, cuya torrencial fluidez ha sido depurada hasta su perfil más esencial: Dalí puede enunciar con grotesca pedantería: “¡Di-ezzz años an-tesss! La confusión reinante e imperante exige la precisión matemática…”. A lo que Picasso tiende a responder con un desgarro popular: “Déjeme de monsergas científicas. Estoy hasta los cojones de sus provocaciones”. Cuando la silueta de un fantasmal macho cabrío, llamado “Barrabal” -espíritu dionisiaco de Picasso-, se deja ver tras una transparencia con intenciones escatológicas, el autor del “Guernica” no se reprime en su desahogo: “Este puto cabrón en cuanto me descuido me jode viva mi propia obra.” A este casticismo bronco Dalí replica con enciclopédica pedantería: “¿Así que usted tiene como colaboradora la vejiga urinaria de un cuadrúpedo capricornio?” La sarcástica pendencia esconde, tras la carcajada, una agresividad furiosa. Dalí encarna un extremo de autocontención, de freno insano a lo corporal, de cerebralismo prodigioso y al mismo tiempo castrante. Picasso es el límite contrario, dominado por el impulso, el alma dionisiaca, la fogosidad bailarina de Zaratustra que acompaña al dios Pan. Ambos diametralmente contrapuestos, y, a la vez, embarcados en la misma inclinación al delirio esquizofrénico y proclives al gran canibalismo. Fernando Arrabal se pregunta ¿es el canibalismo nuestra historia?

Dalí y Picasso, tras hacer honor a esos apetitos caníbales, caen en un profundo trance que les mantiene dormidos. Estamos en 2012, 2013 y 2014, y el canibalismo fratricida de repente se despierta de nuevo. Los dos salen de su gran sueño y comienzan a dar síntomas de hambre, de momento solo hacia unas simbólicas habas hervidas. Desde París, Fernando Arrabal intuye los prolegómenos inequívocos de la vieja voracidad española. Como siempre, ha habido una gran fiesta donde el antiguo furor parecía superado y enterrado, pero, como tantas otras veces, retorna a dar signos de volver a levantar la losa. Muchos se preguntan estos días por qué no se ha producido un estallido social en la España de hoy. No pocos periodistas e intelectuales lo fomentan, sabiendo que la histeria puede alcanzar en cualquier momento su perfecto punto de cocción, repitiendo lo que otros muchos llevaron a cabo en nuestro pasado. Desde su residencia parisina, Arrabal nos recuerda y nos avisa. El escenario teatral es una gran plataforma para indicar a los ciudadanos por dónde no conducir los grandes conflictos colectivos. Juan Carlos Pérez de la Fuente entiende fraternalmente a dónde señala Fernando Arrabal, y Antonio Valero y Roger Coma otorgan una perfecta carnalidad a esos aleccionadores espectros de Pablo Picasso y Salvador Dalí, las dos leyendas que nos hablan de nuestro presente más inmediato.

Director de escena: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Escenografía: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Intérpretes: Antonio Valero y Roger Coma. Voces en off de Irina Kouberskaya y Julieta Cardinali
Lugar de representación: Naves del Español / Matadero. Madrid

Por RAFAEL FUENTES