Foto: Julio Miranda, Madrid, 2-VIII-16,  près de Madera 17

Association Internationale des Hispanistes.

Congrès de Munich

Exposé du 15 juillet 2016 de la professeure Viveca Tallgren du Danemark

(il sera publié dans les ‘actes’ du prochain congrès à Jérusalem).

Asociación Internacional de Hispanistas.

Congreso de Münster.

Ponencia del 15 de julio de 2016 de la profesora Viveca Tallgren de Dinamarca (será publicada en las actas del próximo congreso en Jerusalén).

 

 

LA FIGURE DE LA MÈRE DANS « CÉRÉMONIE POUR UN LIEUTENANT ABANDONNÉ » DE FERNANDO ARRABAL 

LA FIGURA DE LA MADRE EN ”CEREMONIA POR UN TENIENTE ABANDONADO” DE FERNANDO ARRABAL

 

Ceremonia por un teniente abandonado es un libro que se basa en la biografía de Fernando Arrabal y, según él, el libro más importante que ha escrito. Describe un drama familiar de la posguerra española, en este caso, el drama de la familia Arrabal. La ceremonia está dedicada al padre del autor, quien servía de teniente en el ejército republicano en Melilla. Cuando estalló la guerra civil, fue condenado a muerte por no querer participar en la sublevación nacional contra el gobierno legítimo.

Mi enfoque en esta conexión es la figura de la madre por su papel tan decisivo en el drama familiar y por su imagen tan ambigua en la mente del autor. Si echamos una mirada a la obra arrabaliana, vemos que existen diversas versiones de la madre en varias obras suyas, por ejemplo en El arquitecto y el emperador de Asiria, en El gran ceremonial o en la novela La virgen roja, entre otrasLo que tienen en común estas figuras es la actitud amorosa-represiva, que casi siempre resulta obsesiva o traumática para el hijo en su vida adulta. En la pieza “Pic-Nic” de 1952, la madre del soldado Zapo tiene un papel más bien cómico cuando visita a su hijo en el frente: lo que más le preocupa en medio de los bombardeos es si el hijo ha limpiado sus orejas. En la novela poética La piedra de la locura, la madre se presenta como el arquetipo junguiano de la madre terrible a quien el narrador tiene que matar simbólicamente para liberarse de su fijación, y poder así realizar su proceso de individuación. En Ceremonia por un teniente abandonado, la madre llega a ser una síntesis de estas figuras. No es una Bernarda Alba, sino un personaje mucho más complejo y enigmático. A veces se muestra como una mujer jesuítica y severa, otras veces como débil e insegura, ocasionalmente hasta lasciva.

En este libro, la madre se presenta tanto desde el punto de vista del hijo como a través de su propia voz.

 

Antes de entrar en el análisis de la madre en esta obra, voy a presentar unos datos relevantes de la biografía arrabaliana. Al comenzar la guerra civil, el padre, Fernando Arrabal Ruiz, fue detenido. El consejo de guerra lo condenó a muerte, pero la sentencia se convirtió meses más tarde en cadena perpetua. Después de varios meses de reclusión en los calabozos de Melilla y Ceuta, el padre ingresó en la prisión central de Burgos, ciudad donde trabajaba Carmen González Terán, la madre de Arrabal, durante la administración franquista. Había, pues, una oposición política entre los padres, la cual llega a ser primordial en esta tragedia familiar. Después de un intento de suicidio en la cárcel, el padre fue internado en un hospital psiquiátrico. En 1941, en medio del invierno, escapó del hospital sólo con la pijama puesta y sin dejar rastro alguno. Arrabal tenía entonces 9 años.

Al enterarse de la huida, la madre vistió de luto a sus tres hijos, explicándoles que su padre había muerto. A la edad de quince años, Arrabal encontró unos documentos sobre el encarcelamiento del padre en una alacena de su madre. Ahí vio también unas fotos de la familia en las cuales la cabeza del padre estaba recortada. El hallazgo fue un shock para el joven Arrabal, ya que desde entonces comprendió que su padre, en realidad, podría seguir con vida. Según los documentos incluidos en el libro, le querían dar libertad condicional, pero la madre lo impidió bajo el pretexto de que no podría atenderlo debido a su enfermedad mental. En consecuencia, el padre fue recluido en un manicomio. A partir de esa revelación, la relación entre Arrabal y su madre empeoró considerablemente.

 

Ceremonia por un teniente abandonado se basa en los hechos susodichos, pero Arrabal los ha redactado y convertido en una construcción literaria. Hay algunas partes en su biografía que, aunque quedan desconocidas para el autor, han sido reconstruidas en su imaginación. Por consiguiente, el libro se compone de diez capítulos de diversos géneros. Aquí se mezclan textos puramente ficticios con documentos, epístolas y hasta la famosa “Carta al general Franco”. Los nombres de Arrabal y su padre han sido cambiados por los de Fernando David y Fernando Ruizbal, respectivamente. Además, contrario a lo que sucede en la realidad, Fernando David es hijo único. A pesar de que el límite entre realidad y ficción resulta difuso, esto no le resta valor como testimonio de una tragedia de la posguerra española.

La historia comienza en Melilla, el 17 de julio de 1936, con unas secuencias que narran las últimas horas del padre antes de su detención. El texto se apega a una estructura fija, en la cual se alternan los capítulos sobre el encarcelamiento del padre con aquellos que tratan de la vida y la relación de Fernando David y su madre después del apresamiento. Esta alternancia dota de dinámica a la narración.

 

Me parece psicológicamente interesante la relación entre la madre y el hijo, la cual se nos presenta como un largo proceso cognitivo en la mente de Fernando David. La madre aparece por primera vez en el capítulo Antiguo diario y recuerdos del sanatorio, el cual corresponde a la novela autobiográfica Baal Babilonia de 1959aunque con algunas modificacionesLos 64 pasajes de dicho capítulo, provenientes del diario de Fernando David, están escritos con gran lirismo y, cual si fuesen viñetas, ilustran los recuerdos de su infancia en Ciudad Rodrigo, su adolescencia en Madrid y su posterior estancia en un sanatorio para tuberculosos. Estos párrafos no se presentan en orden cronológico, sino con saltos en el tiempo para dar una mayor intensidad a la narración y para poner de relieve la complejidad de la desgracia familiar. En el diario, Fernando David únicamente se refiere a su madre como “ella”, entre comillas acentuando así un distanciamiento que se origina a partir del conflicto sobre su padre.

En la época posterior al encarcelamiento de su padre, Fernando David vive con sus abuelos maternos en Ciudad Rodrigo, mientras que la madre trabaja en la capital. En esta etapa, la relación madre-hijo tiene momentos hasta idílicos cuando la madre viene a visitarlo. La sublimación que hace Fernando David de ella confirma una fuerte fijación que a veces revela también elementos de erotismo. Los elogios de Fernando David se refuerzan quizás por su ausencia:

Ninguna era como (ella). Ninguna. Me fijé muy bien, pero ninguna era como (ella). Ninguna tenía la lengua húmeda, ni las rodillas blancas, ni sabía dar besos como (ella). Ninguna.[1]

 

Sin embargo, hay momentos de decepción ya en la infancia de Fernando David, especialmente cuando descubre que su amor al padre se ha convertido en un tabú, aunque todavía no es capaz de analizarlo:

Los Reyes Magos me regalaron una casa y una máquina de tren […]. Sobre la máquina del tren y sobre la casa, pude distinguir meses después, cuando el sol se comió la pintura, el mismo letrero: «Recuerda a tu papá». Se lo dije (a ella) y me retiró la locomotora y la casa. Entonces comprendí que las había construido papá. Pero para no enfadarle (a ella), no le dije nada.[2]

 

Esta ambivalencia se vuelve más explícita cuando Fernando David, en su adolescencia, empieza a construir su propia identidad. La madre considera de gran importancia educarlo según los valores del nuevo régimen, valores que no siempre coinciden con los deseos de Fernando David.

En la siguiente cita, Arrabal ironiza sobre el catolicismo riguroso que se impone hasta en la vida privada de la gente:

Se acercó (ella) a mi cama. Luego se fue a dormir. Yo seguí rezando padrenuestros lo más deprisa que podía. […] Más tarde, recé muy lentamente los padrenuestros. Como así no hacía trampas y pensaba en lo que rezaba, no me moría por la noche.[3]

 

El sueño de la madre era tener un hijo con carrera militar, pero sus intereses chocan con los del hijo, que ya muestra signos de rebelión:

“Espíritu militar nulo”, habían escrito en mi cuaderno de notas. Me pegó (ella) con el metro de madera. Yo me encerré en el retrete. Me miré en el espejo y lloré.

Me dijo (ella) que debía hacer un esfuerzo. Me preguntó si lo haría y yo le dije que sí.[4]

 

El momento decisivo en la relación es el descubrimiento de los documentos sobre el padre y las fotos de la familia con su cabeza recortada. A partir de entonces, la madre se transforma en una traidora en la mente de Fernando David que ahora se identifica con el padre a quien ve como un santo pagano.

El deseo de saber la verdad sobre el destino del padre se convierte en una obsesión para Fernando David que sigue cuestionando y acusando a la madre sobre el asunto hasta ya entrada su vida adulta. Para defenderse ella se sirve de todo tipo de evasiones. En la siguiente cita echa toda la culpa de la tragedia familiar a la filiación política de su ex marido:

La voz (de ella) resonaba en la oscuridad de la habitación. […] «Como padre, y como marido, lo que tenía que hacer es cumplir, lo primero, con sus deberes paternales. Y su deber era ponerse al lado del orden, de la moderación. Pero él se puso al otro lado: al lado de la anarquía, al lado del desorden. ¡Cuántas veces le advertí! ¡Cuántas veces le repetí que tenía que dejar sus ideas! ¡Cuantísimas veces! Tú no lo sabes bien. Tú, entonces, eras un niño, tenías tres años.» […] «No fui yo quien se jugó el porvenir de su hijo, sino él. […] Todo destruido por él: la felicidad, la familia, la casa. Por eso, toda mi vida no ha sido más que una lucha desesperada…[5]

 

Otro recurso suyo es hacerse la mártir o tiznar al padre con sus faltas para, de esa manera, librarse de culpabilidad:

«No soy nada más que una pobre mujer sin cultura y sin formación que ha hecho todo lo que ha podido por ti. Siempre he estado pendiente de tus más mínimos caprichos para satisfacerlos. ¿Qué otra madre sabes tú que haya hecho una cosa parecida?» […] «Nunca me he gastado nada en mí. Jamás. 

Y, sin embargo, cuántas mujeres de mi edad se divierten, van de un lado para otro, se gastan el dinero en trajes en joyas, en perfumes… […] Pero yo no he hecho nada de esto, y no porque no me gustara, sino porque he preferido sacrificarme totalmente por ti.[6]

Porque mis errores siempre fueron insignificantes y sin mala intención, mientras que los de tu padre fueron conscientes, premeditados y monstruosos.[7]

Tu padre, no es que se volviera loco en la cárcel, tu padre siempre estuvo loco. ¿Quién que no estuviera loco hubiera podido cometer los trágicos errores que tu padre cometió? Y que Dios me libre de decirte nada malo de él, de mi marido amantísimo.[8]

 

En su obstinada autodefensa, recurre por fin a una cita de la Biblia que usa como pretexto de justificación: poniéndose en el lugar de Dios, identifica al padre con el ídolo Baal de la antigua Babilonia, para después tacharlo de pecador:

 

Papá murió. Quizás haya sido mejor para todos. ¡Qué dura carga hubiera sido! Además fue 

castigado por sus faltas. No olvides que hasta Dios castiga a los culpables. La Biblia dice:

“Castigaré a Baal en Babilonia”. Pero es necesario que lo sepas: yo no tengo nada que 

reprocharme en la conciencia. Sólo he vivido para vosotros. He sido siempre demasiado

buena.[9]

 

El capítulo “Pesadilla en el hospital” describe un sueño de Fernando David después de su operación de pulmón. Este apartado es diferente al resto del libro tanto en contenido como en género. Consiste en una versión modificada de la obra dramática “Los dos verdugos” de 1956. En la pesadilla, todas las sospechas de la traición de la madre se sintetizan en forma simbólica.

Resumiendo brevemente el argumento: en una sala oscura, Fernando David, su madre y el comandante Jotefón, amigo íntimo de ella, están esperando. De repente, entran dos verdugos con el padre de Fernando David amordazado y atado a un palo grueso de pies y manos. A petición de la madre, los dos verdugos han buscado al padre para castigarlo. Lo llevan a la sala contigua donde empiezan a azotarlo. Fernando David protesta airadamente, por lo que el comandante muestra intenciones de pegarle. Sin embargo, antes de que esto suceda, la madre interviene haciéndose la víctima.

El drama llega a su auge al entrar la madre en la sala de torturas para, en medio de los sufrimientos del padre, echar un poco de sal y vinagre en sus heridas, evitando, como ella misma dice, que éstas se infecten.

El siguiente extracto del capítulo servirá como ejemplo de lo grotesco ‑tan característico del teatro de Arrabal‑ y de la hipocresía de la madre:

  1. ¿Qué haces? ¡Estás arañando sus heridas!

EL COMANDANTE JOTEFÓN se lanza sobre mí para pegarme. ELLA se interpone y nos separa a los dos.

ELLA.- Sí, déjale que me maltrate. Déjale, si eso le gusta. Déjale que me maltrate. Déjale. Él quiere que yo llore por sus golpes. ¡Qué martirio! ¡Qué calvario! ¿Por qué, Dios mío, tengo la desgracia de tener este hijo que no me quiere y que sólo busca un momento de debilidad mía para pegarme y para atormentarme?[10]

 

El padre muere debido a las torturas y, en la escena final, el comandante Jotefón le pide a Fernando David que le dé un beso a su madre sin rencor. El hijo sucumbe cumpliendo el deseo del comandante.

En esta obra, la madre se ha transformado en una figura caricaturesca de una compleja simbología. Se presenta por un lado como una imagen subjetiva en la mente de Fernando David: la imagen de la traidora. Aquí todas sus sospechas y pensamientos toman una forma exagerada y simbólica.

Por otro lado, se podría interpretar su papel desde un punto de vista político como un símbolo del régimen franquista que, en alianza con el ejército, representado por el comandante Jotefón, reprime a sus opositores.

En su análisis de la madre en “Los dos verdugos”, Paula Bellomi pretende que la madre en su esfuerzo por esconder sus verdaderas intenciones, trata de encarnar la imagen de la madre perfecta en la mitología cristiana. También me parece acertada su comparación de la obra con las fases de la Pasión de Cristo en la iconografía cristiana tradicional: la traición, la crucifixión, la flagelación, el vinagre y la muerte.[11]

Phyllis Z. Boring en su artículo “Arrabal’s Mother Image” caracteriza a la madre con esta obra teatral como una versión contemporánea de Doña Perfecta de Galdós: “who in her horror of the scientific progress and lack of religion represented by Pepe Rey arranges the death of the young man who is her own nephew”. [12]

 

La sospecha de Fernando David de la traición materna se confirma en el capítulo “Vicisitudes penales y penitenciarias de Fernando Ruizbal”, el cual presenta una correspondencia entre la madre y el director de la prisión de Burgos. En una de las cartas, ella le pide ingresar al padre en un manicomio militar en vez de recibirlo en casa cuando le ofrecen libertad condicional. En otra carta, trata de persuadir a las autoridades penitenciarias de formular un certificado de defunción del padre:

…y eso son Vds. más que yo quienes pueden deducirla, pues un hombre sin recurso, sin documentación,

desconociendo el terreno, con su facultades mentales perdidas, ¿dónde iba a ir para que ni la Guardia Civil, a la que Vds. avisaron, según me dijeron, ni nadie lo encontrara? Pocos pudieron ser sus días en vida tras la fecha de 29 de diciembre del año pasado. Vds. con mano en la conciencia pueden hacer esa FE DE DEFUNCIÓN.[13]

 

El conflicto entre madre e hijo llega a su culminación con un capítulo que reproduce la correspondencia entre ambos. Fernando David tiene ya treinta años y una capacidad de argumentación bien desarrollada. Éste ha investigado por su cuenta el caso del padre y visitado los archivos de las cárceles. En las cartas, le pide reintegrar al padre, acusándola de haber evitado su liberación condicional y de apoyar al sistema que lo condenó. En esta fase, el drama familiar se ha convertido ya en un conflicto existencial que tiene todos los ingredientes de una auténtica tragedia. La madre y el hijo ven la situación desde perspectivas diametralmente opuestas sin tratar de ponerse en el lugar del otro.

No es difícil simpatizar con Fernando David en su desesperada búsqueda de la verdad sobre el padre. Son comprensibles sus agresiones contra la madre. Sin embargo, leyendo la respuesta de la madre en esta última correspondencia, se plantean algunas cuestiones: ¿por qué no quiere revelarle la verdad al hijo? ¿Cuáles han sido sus motivos para proceder tal como lo ha hecho? ¿Por qué tanta autodefensa?

Si vemos la situación desde el punto de vista de ella, es posible entender su secretismo a partir de circunstancias clave: su vida como madre soltera con un marido encarcelado por sus afiliaciones republicanas en un régimen que reprimía brutalmente todos los elementos adversarios. Bajo tales condiciones, ella no ha tenido otras opciones que alinearse con las normas del sistema para salvarse a sí misma y a su hijo. A pesar de ser grotesca en su terquedad, despierta también compasión. Es notorio que la Guerra Civil dejó a España en un estado deplorable, con una gran pérdida de mano de obra y considerables daños materiales. En su respuesta al hijo, ella se defiende destacando las condiciones de vida y la carestía que predominaba en la España de la posguerra. :

No es que viviéramos modestamente, sino que estábamos en plena miseria. […]

Luego en Burgos (bastante después del intento de suicidio y cuando tu padre estaba mejor); era yo

la prisionera: se me había arrancado de mi vida y de mi hijo, se me había impuesto una oficina que me era odiosa y, para acabar de hacer mi vida un verdadero calvario, comía rancho todos los días… […]

Tú bien sabes cómo era de triste mi vida entonces.[14]

Otro signo de su soledad y angustia es la oscuridad de su piso, descrita repetidas veces en el diario de Fernando David:

Los vecinos ni nos oían ni nos veían. Incluso si la ventana hubiera estado abierta y las persianas levantadas, tampoco nos hubieran ni oído ni visto.[15]

El comedor de invierno tenía cerrados herméticamente sus dos balcones que daban a la calle. Al pasillo tampoco llegaba ninguna luz procedente de las habitaciones.[16]

 

El libro termina con una carta de amor escrita por Fernando David con motivo del noventa cumpleaños de su madre. Contrario a las cartas anteriores, ésta está exenta de toda acusación y reproche. Fernando David compara la tragedia familiar con la leyenda de un martirio chino sobre dos enamorados que están enterrados vivos en un pozo. Asimismo, culpabiliza a la guerra de la tragedia familiar:

A ti y a mí la guerra civil (madrastra historia) nos infligió este martirio chino. […]

¿Por qué no comprendimos durante tantos años, durante medio siglo, que la tragedia de la guerra civil nos impulsaba a devorarnos en el fondo del pozo de la angustia? Este fue nuestro martirio chino.[17]

 

La guerra civil fue el destino de esta familia cuyos miembros eligieron resolverlo cada uno a su manera. El camino que eligió Fernando David se podría interpretar desde un punto de vista junguiano: como un proceso de individuación en el cual la madre tiene un rol preponderante.

La escena final de la pesadilla en la que Fernando David cede a la petición del comandante muestra la esencia de su problema: una fuerte fijación a la madre.

Según la teoría de Jung, la figura del ánima, o sea, la parte femenina de la psique del hombre, juega un papel decisivo en la relación entre madre e hijo. Si la madre ha tenido una influencia negativa en el hombre, su ánima se manifestará en su estado de ánimo en forma de agresiones, irritaciones etc.

En el caso de Fernando David, su liberación le exige  que reconozca su fijación por la madre para poder integrar los aspectos positivos del ánima. Su carta de amor comprueba que lo ha conseguido al fin, después de largos años de lucha. La relación madre-hijo termina donde empezó: con el amor primordial. De esta forma, se cierra el círculo, composición tan característica de la obra arrabaliana.

Para terminar, se presentan un par de cuestiones: ¿Por qué ha escrito Arrabal un libro que incluye tres de sus antiguas obras? ¿Por qué considera precisamente esta obra la más importante que ha escrito?

La primera palabra que se me ocurre es la reconciliación, no sólo con su madre después de largos años conflictivos sino también con su pasado, con esa “madrastra historia” que tanto le ha martirizado.

Precisamente, por el modo de relacionar la ficción con la realidad, es que logra una obra psicológicamente muy profunda y literariamente acertada.

 

Ceremonia por un teniente abandonado es un reflejo del largo proceso de individuación que ha sido la vida de Arrabal; aquí convertido en arte o en lo que en la alquimia se suele denominar: la piedra filosofal. El rol de la madre se convirtió, al fin y al cabo, en el aspecto positivo del ánima, es decir, en un guía espiritual del hombre.

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonado. Espasa Calpe, Madrid, 1998.

Arrabal, Fernando, Pic-Nic, El triciclo, El laberinto. Cátedra, 2000, p. 74

Bellomi, Paola, Mitificación y desacralización. La figura de la madre en Los dos verdugos de Fernando Arrabal. Anales de la literatura española contemporánea, Vol. 32. No. 2, Drama/Theatre (2007), pp. 463 – 486.

Boring, Phyllis Z.,  Arrabal’s Mother Image. Kentucky Romance Quarterly, Volume 15, issue 3, 1968.

Jung, C. G. Man and His Symbols, Ferguson Publishing Company, 1965.

Malpartida, Juan, La restitución del padre. Revista de Libros, no 21, septiembre de 1998.

Matamoro, Blas, La figura materna en la literatura, 28.6.2009 revista Vuelta.

Podol, Peter L., Fernando Arrabal. Twayne Publishers, Boston, 1978

Senabre, Ricardo, Ceremonia por un teniente abandonado. ABC literario, 20-03-1998, p. 25.

Valdivieso, Teresa L., La “madre” en Los dos verdugos de Arrabal. De la hermenéutica a lo satánico, Revista de Estudios Hispánicos, oct. 1, 1984, 18,3.

 

[1] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonado, Espasa Calpe, Madrid, 1998, p. 89

[2] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, p.90

[3] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, p. 114

[4] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, p. 84

[5] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, p. 69-70

[6] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, p. 71

[7] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, p. 106

[8] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, p. 115

[9] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, p. 123

[10] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, p. 146

[11] Bellomi, Paola, La figura de la madre en “Los dos verdugos” de Fernando Arrabal, Anales de la literatura española contemporánea, Vol. 32, no 2, Drama/Theatre, pp. 463-486.

[12] Boring, Phyllis Z., Arrabal’s Mother Image, Romance Quarterly, 09-07-2010.

[13] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, p. 168

[14] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, pp. 186-187

[15] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, p. 90

[16] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, p.105

[17] Arrabal, Fernando, Ceremonia por un teniente abandonad, pp. 246-247