Ayer las volví a ver, ayer volví a ver a las Cervantas, ayer volví a ver « Pingüinas »…

MIXD EVIL.

Llevaba acumulando expectación desde que me enteré de cuál iba a ser el primer montaje como director del Teatro Español de Juan Carlos Pérez de la Fuente. Cuando entras en la nave, directamente bajo la tribuna, ya te sumerges en un mundo diferente, con una música inquietante, y con algunos de los “protagonistas silenciosos”, las gallinas y el gallo, esperando a un lado.

En Pingüinas, desde el primer instante, las actrices tienen que contar con la complicidad absoluta del público, es un todo o nada; como espectador entras o no entras en la función desde el momento en que aparecen enmarcadas en las puertas de la nave, se distribuyen entre el público, y una de ella, Sara Moraleda, invita a que nos levantemos y demos palmas al ritmo de la música Happy de Pharrell, mientras sus compañeras bailan (y el público hace lo que puede).

Desde ese momento la función es un sin parar de imágenes, “cae el elemento de una cosmonave” y aparecen en escena, las tres moteras Constanza (Marta Poveda), Torreblanca (María Hervás) y Luisa (Ana Torrent). Sobre estas tres actrices, junto con Sara Moraleda, que hace de Isabel, la hija natural de Cervantes, es donde se sustenta prácticamente todo el peso de la función, ya que, como dice Luisa en un momento determinado: “las únicas que hablamos aquí somos nosotras tres e Isabel. Pero somos diez mozas hechas y derechas. Os habéis quitado el derecho a la palabra vosotras seis”. Y éso a pesar de que con Miho, o Cervantes, “hasta los perros tienen derecho a la palabra”. Las cuatro son cañeras, irreverentes, deslenguadas, libres, libertinas, procaces, y hasta soeces, pero Constanza trata de remediar su confusión con racionalidad, Luisa con el conocimiento, y Torreblanca, en su ingenuidad, es el personaje más tierno. Isabel es rebelde, respondona, insolente, como corresponde con su condición de hija natural, o bastarda. Las cuatro desarrollan un trabajo especialmente físico de forma brillante, pero sin descuidar en ningún momento ese texto complicadísimo en su surrealismo absurdo, que defienden como su condición de pingüinas les obliga.

Miho, trasunto del propio Miguel de Cervantes, es curiosamente un personaje mudo, que solo habla por intermediación de la cosmonave, o internet, o interpretado por su hija Isabel. Miguel Cazorla es el actor que lo interpreta y lo hace también brillantemente, en un tour de force en el que se pasa un buen rato por las alturas, volando colgado del arnés, desde donde arroja perlas de sabiduría en forma de bombones baci en paracaídas, o con su prisión, arrastrado lejos del alcance de su madre, dolorosa y dolorida Leonor.

Lara Grube tiene una escena bellísima como la madre dolorosa de Miho, Leonor, que pasó años intentando rescatarle. La escena la inician las siete pingüinas encadenadas con Leonor a la cabeza, que se van acercanto a Cervantes encerrado y, cuando está a punto de rozarle,  Isabel, la hija natural, se despega de la cadena de pingüinas y tira de él, hasta que Miho emprende el vuelo en su cárcel, en una escena que me recordó a la también “prisión voladora” de la Antígona/Manuela Paso de Miguel del Arco en el Teatro de la Ciudad.

La coreografía de Marta Carrasco de preciosas escenas  corales, y el ambiente sonoro de Luis Miguel Cobo, afortunadamente prolífico en los escenarios madrileños, desde el pasodoble “Que viva España” hasta una jota manchega cantada por Badía Albayati. Todas estas escenas deben haber tenido un esfuerzo detrás increíble para que al final todo fluya por el inhóspito escenario que normalmente es esta nave del Matadero y hasta sea posible localizar, a pesar de los micrófonos obligados en esta sala, quién está hablando en cada momento. El trabajo de todas las actrices alcanza un nivel de brillantez y sincronía que para sí desearían muchas compañías de danza.

Esas motos quiméricas, que ruedan de forma infinita, un cruce entre animales mitológicos y de motos propias de la realidad virtual de TRON, así como el vestuario de las chicas, perdón nenas, perdón pingüinas, de vaquero y corpiño, simbolizan también ese viaje temporal, o bien, accidente en el que las Cervantas han caído en una singularidad cósmica en un lugar y en un tiempo diferentes y desconocidos a los que deberían estar.

La cantidad de referencias son incontables, científicas, populares, históricas, literarias, tecnológicas, intercaladas en el texto como si tal cosa, y van desde Heidi, el coche fantástico, Stallone, EuroStar, Chewbacca, la medalla Fields, Avellaneda, el perro Paco, Espinete y Don Pimpón, Juan Palomo, Lady Gaga, Walter Press, Closer, Chotis, Dumbo, La abeja Maya, la Chita de Tarzán, Platón, Góngora, Tirso, Lope, Quevedo, las cuevas de Altamira, Gala, Dalí, Paul Eluard, Max Ernst, Alí Babá, Pavarotti, Pharrell, El puente sobre el río Kwai, Mazinger Z, las Tortugas Ninja, Dulcinea del Toboso, Sharon Stone, Mike Tyson, Microsoft Intel, Nokia, Mp4, Julio Verne, Jardiel Poncela, Disneylandia, Martin de Riquer, el botones Sacarino, Malambruno, Conde de Lautréamont, Pegaso, Belerofonte, Brilladoro, Orlando el furioso, Bucéfalo, Alejandro Magno, Drácula, Frankenstein, la torre Eiffel, Valérie Trierweiler, Marques de Sade, Marie Constance Renel, Pitágoras, Proust, Conchita Wurst, Merlín, Dama de Elche, Velázquez, Mariana de Austria, Felipe IV,.. Podría seguir hasta aburrir, y como he leído ya en algún lado, es increíble que alguien con 83 años esté al tanto no solo de las referencias eruditas, que sería normal, sino de las más actuales y pasajeras que hasta a mí, bastante más joven, me resulta difícil reconocer.

Pingüinas es un road trip espacio-temporal alucinado y alucinante, un viaje en el tiempo y en el espacio de unas mujeres independientes en constante búsqueda, un homenaje a las mujeres de la vida de Cervantes que, en contra de todas las convenciones de su época, eligieron la libertad personal frente al enclaustramiento que significaban las opciones de las mujeres en ese momento, el matrimonio o hacerse monjas. Dependientes siempre de un hombre, trátese del marido, del padre o del padre/dios. Cervantes admiraba a sus parientes tanto como ellas le admiraban a él y Arrabal convierte esta obra en un homenaje a ese feminismo avant la lettre, sin prejuicios, que se observa también en las obras de teatro de Cervantes.

Arrabal ha cambiado la escena del teatro mundial. Su teatro tiene episodios disparatados del teatro del absurdo y la crueldad o del dadaísmo tardío. El resultado es una ceremonia con todo su valor ritual, devolviendo al teatro su condición de espectáculo. Por debajo del caos aparente, de todas esas referencias que te pueden llegar a dejar estupefacto y en la incomprensión total,  laten inquietudes políticas, religiosas, filosóficas, científicas y humanas de verdadera trascendencia.

Creo recordar que Juan Carlos Pérez de la Fuente le encargó a Arrabal crear una obra para conmemorar el cuarto centenario de la publicación del segundo volumen del Quijote y el único requisito fue que el Quijote fuera mujer. Como se ha podido ver, y como era casi esperable de Arrabal, el escritor se salió por la tangente con este texto sobre las mujeres de Cervantes en el contexto de un capítulo del Quijote, el de Clavileño, con el que los duques engañan al Quijote y Sancho, tras taparle los ojos, diciéndoles que van a viajar a la luna en ese caballo de madera.

Tras haber visto el montaje dos veces, haberme leído el texto y asistido al encuentro con el público del equipo artístico, “credo quia confusum”: creo en él porque es confuso. El texto de Arrabal es brillante, confuso, bizarro, coñón, tierno, absurdo, abstracto. Pero tiene todavía una mirada de niño hacia el mundo y todas sus maravillas, un acto de amor a la vida, a la libertad, a la existencia, a las mujeres, a Cervantes y a las mujeres de Cervantes. Y tampoco me quiero meter en muchos berenjenales porque Miguel Pérez Valiente ha hecho un bello y muy interesante análisis en su crónica que debería leerse antes y después de asistir a la función.

“No vinimos al mundo

ni para ser más ricas

ni más influyentes,

ni más famosas,

sino para confortarnos y confortar

con palabras

de poesía,

de libertad,

de tolerancia,

de ciencia,

y de amor.”

E independientemente de que se llegue o no a entender el bello texto de Fernando Arrabal, no hay duda de que la función entra con prácticamente todos los sentidos, con esa ambientación sonora de Luis Cobos, las proyecciones en el techo y el suelo, además de en la columna central, ese ala de avión estrellado, y la bellísima iluminación, la pirotecnia, y hasta el choque olfativo del incienso que Miho trae en la bacía en el tramo final, en otra escena para el recuerdo en la que Miho aparece iluminado a contraluz, entre el humo del incienso, desde la oscuridad de la entrada de la nave.

Todo este crescendo emocional y lírico tiene su culminación en la danza de la boda comunitaria de las dervichAs giratorias, la danza de la transformación.

Pérez de la Fuente, con esa sintonía tan especial que parece compartir con los escritores más surrealistas, ha creado un espectáculo total, desde el punto de vista estético también, lleno de imágenes bellísimas en donde las actrices y el único actor brillan. Además, y hay que decirlo ¿en dónde hay ahora mismo en cartel una función en dónde haya diez actrices en escena? Ha arriesgado todo con su primer montaje como director del Teatro Español, con un texto nuevo de un escritor contemporáneo considerado controvertido, en vez de montar por enésima vez a un autor reconocido (y bien muerto) y es muy de agradecer, porque el resultado es fascinante.

De: Fernando Arrabal

Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente

Del 23 de abril al 14 de junio 2015

Reparto por orden de intervención

María Hervás Torreblanca (la abuela)

Ana Torrent Luisa de Belén (la hermana monja)

Marta Poveda Constanza (la sobrina carnal)

Lara Grube Leonor (la madre)

Ana Vayón María (la tía paterna)

María Besant Andrea (la hermana mayor)

Lola Baldrich Magdalena (la hermana menor)

Alexandra Calvo Martina (la prima paterna)

Badia Albayati Catalina (la esposa)

Sara Moraleda Isabel (la “hija natural”)

Miguel Cazorla Miho (“¿quién cómo Dios? o incluso ¿quién cómo Pan?”)

Pedro Tena Voz en off

Equipo artístico

Movimiento Escénico y Coreografía Marta Carrasco

Diseño Escenografía Emilio Valenzuela

Diseño de Vestuario Almudena Huerta

Diseño de Luces José Manuel Guerra

Composición Musical y espacio sonoro Luis Miguel Cobo

Diseño Audiovisuales Joan Rodón y Emilio Valenzuela

Ayudante Dirección Pilar Valenciano

Ayudante de escenografía Alessio Meloni

Ayudante de vestuario Liza Bassi

Asistente de Dirección Pablo Martínez

Asistente de Gestión Artística Cristina Bertol

Asesoramiento Acrobático Escuela de Circo Carampa

Fotografía cartel Chema Conesa

Fotografías promoción y escena Javier Naval

Realizaciones

Escenografía Escénica Integral, Scenik, Bungy Jumping, Peroni y

Equipo del Teatro Español

Confección Vestuario Sastrería Cornejo

Ambientación Vestuario María Calderón

Efectos Pirotécnicos Pirotecnia Almudena