JESÚS NIETO JURADO | 21/07/2016

Arrabal, en el nombre del padre y del número

Arrabal es una gloria en Francia y un capítulo entero en el anecdotario televisivo patrio por su intervención en el programa ‘El mundo por montera’. Su vida y su producción en todos los géneros viene marcada por la desaparición de su padre y una obsesión por la matemática, el ajedrez, y una lógica tan extrema como irracional. Tan variada como coherente. Su más reciente odisea fue la de presentar una candidatura metafórica, virtual o imaginaria a la dirección del Teatro Español.

Fernando Arrabal sonríe con conciencia con los ojos aún vivarachos en un hotel que hay frente al Ateneo de Madrid. También sonríe la gobernanta del mismo hotel, haciendo como que mantiene el tipo ante ese señor tan fuera de horma. Unas gafas de sol encima de sus lentes y la ausencia de padre como elementos fundamentales, capitales, de toda una literatura en cuaderno, en escenarios, en mails, o en la antología de TVE. En España se sale de horma, en Francia se sale de horma, también, pero por unos motivos diferentes y quizá más elevados. En España ese ‘salirse de horma’ viene condicionado por esta inveterada tradición nuestra de elevar la ’boutade’ a categoría moral, pero incluso así, al menos, hay en Iberia constancia de este genio.

Dirán que su dramaturgia y que su cine y que su literatura y que su vis pública es surrealista, aunque la realidad es que con Arrabal todos acabamos abrumados de racionalidad y de lógica. Su tragedia familiar, la desaparición de su padre una noche de nieve, penal del norte de Castilla, quedaría marcada en él de forma indeleble. Arrabal es una gloria nacional nuestra que viene a veces de París a ver a Andreu Buenafuente; una gloria que ha conocido a Ionesco y que tiene por tarjeta de visita una pegatina mínima con su mail y quizá con su twitter (@arrabalf). Fernando Arrabal no es raro por vocación: si se sale de nuestros cánones de creador es por voluntad propia o del dios Pan; quizá sea el público el que no llegue a comprender un mundo creativo de infinita coherencia. Quizá el infierno -de los raros- seamos los « otros ».

Su vida y obra, la de Arrabal, viene en los libros de texto de mi primo el pequeño. Fue nacido en la Melilla que figuró como provincia ultramarina y legionaria de Málaga, de familia oriunda de Ciudad Rodrigo, y ese vacío de padre quedaría marcado en su vivir como una nevera vacía en el pecho, que diría el otro. De cara a la multitud se recuerda el momento glorioso del ‘Milenarismo’ con Sánchez Dragó en ‘El mundo por montera’, un impagable hito televisivo del que, pese a lo que pudiéramos creer, no reniega: todo lo contrario.

Motivo de tesis doctorales, tesis doctoral en sí mismo (al modo de Romero Esteo), hace ya algún tiempo que ha descubierto Fernando Arrabal las virtudes relativas de las redes sociales. Por lo general, cada lunes a primera hora nos hace llegar a los amigos una reflexión « arrabalaica », lo cual es una suerte de greguería en francés y en español acompañada de una fotografía suya en cualquier posición y concepto. En mi archivo del mail figuran instantáneas suyas, desnudos con un cronómetro de ajedrez cubriendo sus partes pudendas; alguna fotografía suya con el índice señalador hacia el cielo de París, y el fondo de la imagen queriendo mostrar alguna boca del metro. Poemas visuales, los llaman.

Un atardecer de otoño, Raúl del Pozo nos convocó bajo la bóveda del Palace junto a Javier Esteban Guinea, autor de un documental sobre el insondable mundo arrabalaico. Recuerdo el libro de notas abierto, Arrabal mínimo en el sofá del Gran Hotel, y la conversación que iba desde una visión de la Virgen María a algunas hazañas de Arrabal que ruborizarían a la más torticera moral de los burgueses. Pero Arrabal no epata por epatar; todo lo promete o lo fía a la voluntad del Dios Pan.

Si digo que me carteo con Fernando Arrabal puedo pecar de pedantería; la realidad es que este renacentista de tiempos futuros viene a introducirte mediante correos electrónicos en su mundo fascinante, psicodélico, con relojes y torres y rayos y cuadros negros y blancos. Busca mucho Arrabal la lógica de los sueños, y cuando se le inquiere por la matemática de lo onírico, cita a filósofos incomprensibles con una claridad que sólo le alumbra a él. En su nomenclatura no hay fronteras ni entre países ni entre géneros, y así olvida o pierde el pasaporte o la documentación cuando se baja a esta España calentorra. En su vida también hay un momento decisivo, quizá por mayo del 68, cuando los aires de cambio en París cambiar, lo que es cambiar, cambiaron poco. Arrabal cuenta, también, que fundó un partido político de un sólo miembro, él mismo, del que desertó por discrepancias.

En toda manifestación artística por la que transita deja esa maestría y esa senda por la que le reconocen y por la que nadie -lo aseguran- va a transitar. De alguna manera le duele esta España castradora. Como Neruda, quiso matar una monja con un golpe de oreja, o quiso envenenar a Franco con un libro de Santa Teresa. Siempre que responde a una entrevista contesta con un esquema rítmico entre la lógica y el brillante disparate, con lo que refuta lo contado.

Arrabal es total y refractario a todo ‘totalitarismo’. La vida es sueño, y el sueño es juego, y el origen de todo está ahora en el « Tohu Bohu », ese Bing Bang antes de la palabra que cuenta la Torah. Me dicen algunos ajedrecistas que Arrabal tiene nivel; y aunque el ajedrez y el número sean sus puntales teóricos, su surrealismo no le ha impedido tener un ‘Nada’, un ‘Nabokov’, un ‘Espasa de Ensayo’ o un ‘Mariano de Cavia’ en la buchaca.

Arrabal pasea lento por Madrid, me dice algo de las palomas que pasan por la tarde de sol de octubre; lleva la conversación a su terreno con una mirada que enternece y un fondo que subyuga. Lo mismo Dalí que Ionesco, con sus grandezas y miserias, pasan por su conversación. Luego la charla lleva a Freud sin Freud, a Edipo en la sobremesa, y en esto que pasan dos mendigos con los ojos rojos de vinazo por la madrileña calle del Prado. Arrabal me habla de usted, mueve sus dedos entre la comisura de los labios; lleva una rara pajarita y parece que esconde el brillo la medalla de la Legión de Honor, la de Francia, claro…

Su última odisea fue la de presentar candidatura metafórica o virtual a la dirección del Teatro Español. Argumentaba que en el « teatro solo proponemos soluciones imaginarias », o así me/nos vendió su programa vía epístola digital. (« Teniendo en cuenta las leyes que rigen las excepciones. Una pizca de chirimiri y los perros de felpa encogen. Con los proyectos más transcendentemente inútiles. Es un universo que solo existe como adición de elementos singulares. Puesto que el león cree que la leona es su igual cuando es superior a él. No ejerceremos ni ejercemos ninguna función. Según los estatutos. No jugaremos ningún papel. Ni positivo ni negativo. Actuaremos con nuestra sola presencia virtual. Y naturalmente con nuestra ausencia a rajatabla. Cuando la colmena se vuelve agnóstica las abejas crean un dios… ».)

Y sigue buscando al padre…

@JesusNJurado